Poesía. 54 pag.
Escribir es dar un salto al vacío, no a un precipicio, ni desde una suave montaña, sí un salto al interior desconocido siempre de uno. Al costado oscuro que flasheamos existe en la luna. Y sí, es un flash el momento de decisión para mover letras, dejar fluir el sentido, que aparezca la sagrada interioridad de la lámpara que ilumina la realidad. Es un flash del sentido que inmoviliza un instante en la letra, la mirada. Y allí quedan los rastros, los restos, en la hoja blanca calcinante a veces, de ese momento donde algo se vio, o se intuyó, se acarició como real o posible. Escribir es también dar lugar a los otros, en tanto lectores o fantasmas partícipes de la creación, que aunque desconocidos son en definitiva destinatarios de los rumores de agua de un poeta. Porque ninguna escritura nace para estar sola ni a oscuras.
Escribir es dar un salto al vacío, no a un precipicio, ni desde una suave montaña, sí un salto al interior desconocido siempre de uno. Al costado oscuro que flasheamos existe en la luna. Y sí, es un flash el momento de decisión para mover letras, dejar fluir el sentido, que aparezca la sagrada interioridad de la lámpara que ilumina la realidad. Es un flash del sentido que inmoviliza un instante en la letra, la mirada. Y allí quedan los rastros, los restos, en la hoja blanca calcinante a veces, de ese momento donde algo se vio, o se intuyó, se acarició como real o posible. Escribir es también dar lugar a los otros, en tanto lectores o fantasmas partícipes de la creación, que aunque desconocidos son en definitiva destinatarios de los rumores de agua de un poeta. Porque ninguna escritura nace para estar sola ni a oscuras.
La poética de Florindo maravilla porque indaga en la realidad, nos permite mirar, entrever las finas capas encapsuladas en conceptos, ideas, fotografías, siempre admitidos como totales, inamovibles, concretos y por tanto, cerrados.
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